Cada año por estas fechas deseo estar en mi pueblo porque el Día de Muertos es una fecha muy importante para mi gente, ya que recordamos a nuestros fieles difuntos, a nuestros seres queridos que ya no están con nosotros. Sin embargo por cuestiones de tiempo no puedo hacer ese viaje en esas fechas desde hace algunos años. En virtud de ello me día a la tarea desde ese tiempo, de cada año hacer un altar para nuestros muertos de acuerdo a la costumbre que aprendí desde niño y es algo que me llena el corazón porque espero con ansia la visita de los espíritus de familiares que extraño siempre, de manera especial espero el de mi madre, Doña Virginia Moctezuma (q.e.p.d.), el de mi hermano Benito López (q.e.p.d.), y este año esperaré el de mi hermano Demetrio López (fallecido apenas el pasado enero 27 del año en curso).
Fue buena idea iniciar esta tradición en mi hogar aquí en Zihuatanejo, porque me permitió compartir con mis hijas y esposa un ritual muy espiritual que en mi cultura tiene muchos significados como el de saber que la muerte es una parte de la vida y que no es el final de todo, porque más allá de la muerte hay la posibilidad de encontrarnos con los que se fueron antes que nosotros a su cita con Dios si es uno buena persona en vida. Ahora esta veneración ya forma parte de mi familia aquí también. Es un ritual hacemos juntos y la elaboración del altar para nuestros difuntos es una ocasión para hacer una reflexión y dedicar el pensamiento a nuestros difuntos, a recordarlos como eran en vida.
Lo que llena de vida, color y aroma a los altares es la flor de cempasúchil que se utiliza en abundancia para adornar y hacerlos collares y coronas y el copal que se quema en un brasero de manera permanente por esas 48 horas.
Debido a que la flor de cempasúchil es muy cara, con anticipación en mi pueblo la mayoría de la gente la siembra y cosecha justo en la fecha. El proceso más laborioso es hacer los collares de cempasúchil pero mientras unimos flor tras flor, hay tiempo para recordar lo que más gustaba a nuestros difuntos, porque justamente lo que más disfrutaban es la ofrenda que para ellos pondremos en ese altar en donde siempre ponemos la imagen más venerada, la Virgen de Guadalupe que es la más venerada por los mexicanos y que en mi hogar está siempre presente, como símbolo de nuestra fe en ella, pero en mi pueblo es muy venerada también la Virgen de Juquila.
Hacer tamales al estilo amuzgo es otra tradición para esa fecha, son distintos a los que se consumen localmente porque la salsa se elabora con chile costeño (que normalmente en mi pueblo lo sembramos para nuestro autoconsumo) y condimentos, y el sabor central son las hojas de hierba santa (hierba de olor que nunca falta en los hogares de mi pueblo), que acompañan el sabor del guajolote (pavo) con que se rellenan. Aclaro que no debe ser pura carne de guajalote, debe tener un poco de hueso para que tenga un mejor sabor. Envueltos en hoja de plátano y cocidos al vapor son deliciosos. No puede faltar en la ofrenda el pan de muerto, calabaza en dulce y este año agregaremos dulces de leche, miel y agua de coco porque eran muy disfrutados en vida por mi hermano Demetrio a quien cariñosamente llamábamos Chuche. Su fotografía enmarcada se unirá a las que poníamos anteriormente. Las velas, veladoras y copal (incienso) no pueden faltar en el altar. Con hojas de pétalos de cempasúchil hacemos una alfombra (camino) desde la puerta principal hasta el altar para guiar a nuestros espíritus y velamos en espera de su arribo sin luces sólo las de las velas y veladores que adornan el altar.
Hay dos costumbres propias de mi pueblo que yo no realizo: una de ellas es el intercalar en los collares hojas de árboles frutales que no estén dando frutos cuando deberían estarlo haciendo y con este ritual se pide que esos árboles den frutos y se espera que al año siguiente finalmente uno pueda cosechar. La otra costumbre es hacer un cirio grande con trozos o pedazos de madera de bocote y éste se enciende y se coloca en la parte más alta de un árbol, el más alto del área, para que ilumine el camino de los espíritus extraviados, perdidos porque sus familiares por alguna razón no les han recordado. Esa luz los guía y los ayuda a reconocer el camino a sus antiguos hogares.
Todo esto sucede el día 31 para amanecer el día 01 de Noviembre y el día 02 nos vamos temprano al Campo Santo (Panteón) a limpiar las tumbas de nuestros difuntos, les llevamos veladoras, muchas flores, y estamos gran parte del día acompañándolos con rezos y cantos. Así termina una celebración que nos deja llenos de recuerdos tristes y alegres y nos da la esperanza de estar en un año más de nuevo en espera de el Día de los Fieles Difuntos ó como se dice aquí el Día de Muertos.
Fue buena idea iniciar esta tradición en mi hogar aquí en Zihuatanejo, porque me permitió compartir con mis hijas y esposa un ritual muy espiritual que en mi cultura tiene muchos significados como el de saber que la muerte es una parte de la vida y que no es el final de todo, porque más allá de la muerte hay la posibilidad de encontrarnos con los que se fueron antes que nosotros a su cita con Dios si es uno buena persona en vida. Ahora esta veneración ya forma parte de mi familia aquí también. Es un ritual hacemos juntos y la elaboración del altar para nuestros difuntos es una ocasión para hacer una reflexión y dedicar el pensamiento a nuestros difuntos, a recordarlos como eran en vida.
Lo que llena de vida, color y aroma a los altares es la flor de cempasúchil que se utiliza en abundancia para adornar y hacerlos collares y coronas y el copal que se quema en un brasero de manera permanente por esas 48 horas.
Debido a que la flor de cempasúchil es muy cara, con anticipación en mi pueblo la mayoría de la gente la siembra y cosecha justo en la fecha. El proceso más laborioso es hacer los collares de cempasúchil pero mientras unimos flor tras flor, hay tiempo para recordar lo que más gustaba a nuestros difuntos, porque justamente lo que más disfrutaban es la ofrenda que para ellos pondremos en ese altar en donde siempre ponemos la imagen más venerada, la Virgen de Guadalupe que es la más venerada por los mexicanos y que en mi hogar está siempre presente, como símbolo de nuestra fe en ella, pero en mi pueblo es muy venerada también la Virgen de Juquila.
Hacer tamales al estilo amuzgo es otra tradición para esa fecha, son distintos a los que se consumen localmente porque la salsa se elabora con chile costeño (que normalmente en mi pueblo lo sembramos para nuestro autoconsumo) y condimentos, y el sabor central son las hojas de hierba santa (hierba de olor que nunca falta en los hogares de mi pueblo), que acompañan el sabor del guajolote (pavo) con que se rellenan. Aclaro que no debe ser pura carne de guajalote, debe tener un poco de hueso para que tenga un mejor sabor. Envueltos en hoja de plátano y cocidos al vapor son deliciosos. No puede faltar en la ofrenda el pan de muerto, calabaza en dulce y este año agregaremos dulces de leche, miel y agua de coco porque eran muy disfrutados en vida por mi hermano Demetrio a quien cariñosamente llamábamos Chuche. Su fotografía enmarcada se unirá a las que poníamos anteriormente. Las velas, veladoras y copal (incienso) no pueden faltar en el altar. Con hojas de pétalos de cempasúchil hacemos una alfombra (camino) desde la puerta principal hasta el altar para guiar a nuestros espíritus y velamos en espera de su arribo sin luces sólo las de las velas y veladores que adornan el altar.
Hay dos costumbres propias de mi pueblo que yo no realizo: una de ellas es el intercalar en los collares hojas de árboles frutales que no estén dando frutos cuando deberían estarlo haciendo y con este ritual se pide que esos árboles den frutos y se espera que al año siguiente finalmente uno pueda cosechar. La otra costumbre es hacer un cirio grande con trozos o pedazos de madera de bocote y éste se enciende y se coloca en la parte más alta de un árbol, el más alto del área, para que ilumine el camino de los espíritus extraviados, perdidos porque sus familiares por alguna razón no les han recordado. Esa luz los guía y los ayuda a reconocer el camino a sus antiguos hogares.
Todo esto sucede el día 31 para amanecer el día 01 de Noviembre y el día 02 nos vamos temprano al Campo Santo (Panteón) a limpiar las tumbas de nuestros difuntos, les llevamos veladoras, muchas flores, y estamos gran parte del día acompañándolos con rezos y cantos. Así termina una celebración que nos deja llenos de recuerdos tristes y alegres y nos da la esperanza de estar en un año más de nuevo en espera de el Día de los Fieles Difuntos ó como se dice aquí el Día de Muertos.
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